domingo, 3 de abril de 2016

Escribir

Yo empecé a escribir por prescripción docente, porque alguien creyó que tenía cosas para decir y decirlas me liberaría de otras enquistadas en algún lugar de mi cuerpo, de mi alma o de algo mío que resultaba doloroso. Así fue como empecé a emborronar hojas y hojas en blanco, justo como hago ahora, hace treinta y cuatro años.

Llegué a escribir con avidez. Había descubierto el placer oculto de la escritura a mano: me inclinaba sobre las hojas apiladas en orden meticuloso, casi irritante, acariciaba el bolígrafo o la pluma y comenzaba un camino que nunca sabía a dónde me llevaría.
Se apartaban los problemas hasta desaparecer, y ya no tenía más que concentrarme en mi vida de escritor.

Ahora mismo he acabado de ordenar los folios y colocar la luz, sigo escribiendo con bolígrafo: mi vieja Montblanc duerme el sueño de los justos, pero todavía la pongo sobre la mesa, para que nos acompañe.