miércoles, 26 de enero de 2011

Notas de un blogger

1.- El buen calzado de montaña es carísimo.
2.- Escuchemos al gran Coltrane como remedio contra el dolor de cabeza...
3.- Tengo unos calcetines de color granate que apenas he usado: mañana me los pondré para celebrar el frío.
4.- Trato de sobreponerme al deseo de dormir y acabar de leer el libro - Historias*, de Robert Walser-, pero el sueño vence a la literatura.
5.- Tengo un nuevo mito erótico, que no desbanca a Katherine Hepburn, Silvana Mangano, Gina Lollobrigida, Hedy Lamarr, Rosario Dawson, Ava Gardner, Aitana Sánchez-Gijón, Véra Clouzot, Jane Fonda, Emmanuelle Béart, Marlene Dietrich, Aina Clotet, Marie Gillain, Halle Berry, Martina Klein, Barbara Stanwyck, Emma Suárez o Clara Lago: Elisa Mouliaá. También es de justicia decir que por encima de todas ellas está la divina Gene Tierney.
6.- Este blog de ( minoritario) culto...
7.- A ver, esto de "sexo, drogas y rock'n'roll", ¿ puedo cambiarlo por "taza de chocolate, paseos y vida relajada"?
8.- Rectores de universidades españolas dicen que las dificultades económicas por las que atraviesan dichas instituciones hacen peligrar la aplicación del Plan Bolonia, olvidando que también peligra por la catastrófica preparación de los bachilleres españoles. Y no es un olvido casual.
9.- Detesto los teléfonos.
10.- Los bancos se están frotando las manos con la perspectiva de ver privatizadas las pensiones. Algunos políticos se frotan las manos con la perspectiva de los ingresos que les proporcionarán los servicios prestados...y las pensiones.
11.- Bombones.
12.- Al pobre Almería se le van a quitar las ganas de jugar en Primera.
13.- Deberíamos aprender de los tunecinos.
14.- El frío adelgaza y el calor engorda.  ¡ Toma!
15.- He echado un vistazo a las nuevas series españolas que se van estrenando en las diferentes cadenas: me ha decepcionado la que se ha estrenado en la primera cadena de RTVE sobre la II República. En Antena 3 siguen con la tónica de los desnudos gratuitos, que es un recurso narrativo deleznable y agotado.
16.- Son las 23:44 y ha llegado el momento de irse a dormir. Mañana será un día frío y distinto.

*Si los poetas como Walser se contaran entre los espiritus que gobiernan, no habría guerras. Si tuviera cien mil lectores, el mundo sería mejor. Sea como fuere, el mundo está justificado por haber gente como Walser. Hermann Hesse

sábado, 15 de enero de 2011

La señora Walsh ha escrito...

El siguiente artículo fue escrito por María Elena Walsh ( + Buenos Aires, 10 de enero de 2011) y publicado por el diario Clarín el 16 de agosto de 1979. Fue la primera manifestación pública de rechazo, a las actuaciones de la dictadura argentina, por parte de una intelectual. En ella, hace referencia a la censura impuesta por los militares sobre toda creación cultural o artística. Hay que señalar, no obstante, que, como un elevado número de argentinos al inicio del llamado Proceso de Reorganización, Walsh justificaba de alguna manera las políticas para el restablecimiento del orden, llevadas a cabo por la Junta Militar, dado el hartazgo generalizado por la corrupción y el clima de terror impuesto por determinadas organizaciones paramilitares - o guerrilleras- de la órbita peronista:

Desventuras en el País Jardín-de-Infantes.

Si alguien quisiera recitar el clásico "Como amado en el amante / uno en otro residía..." por los medios de difusión del País-Jardín, el celador de turno se lo prohibiría, espantado de la palabra amante, mucho más en tan ambiguo sentido.

Imposible alegar que esos versos los escribió el insospechable San Juan de la Cruz y se refieren a Personas de la Santísima Trinidad. Primero, porque el celador no suele tener cara (ni ceca). Segundo, porque el celador no repara en contextos ni significados. Tercero, porque veta palabras a la bartola, conceptos al tuntún y autores porque están en capilla.

Atenuante: como el celador suele ser flexible con el material importado, quizás dejara pasar "por esa única vez" los sublimes versos porque son de un poeta español.

Agravante: en ese caso los vetaría sólo por ser poesía, cosa muy tranquilizadora.

El celador, a quien en adelante llamaremos censor para abreviar, suele mantenerse en el anonimato, salvo un famoso calificador de cine jubilado que alcanzó envidiable grado de notoriedad y adhesión popular.

El censor no exhibe documentos ni obras como exhibimos todos a cada paso. Suele ignorarse su currículum y en que necrópolis se doctoró. Sólo sabemos, por tradición oral, que fue capaz de incinerar La historia del cubismo o las Memorias de (Groucho) Marx. Que su cultura puede ser ancha y ajena como para recordar que Stendhal escribió dos novelas: El rojo y El negro, y que ambas son sospechosas es dato folklórico y nos resultaría temerario atribuírselo.

Tampoco sabemos, salvo excepciones, si trabaja a sueldo, por vocación, porque la vida lo engañó o por mandato de Satanás.

Lo que sí sabemos es que existe desde que tenemos uso de razón y ganas de usarla, y que de un modo u otro sobrevive a todos los gobiernos y renace siempre de sus cenizas, como el Gato Félix. Y que fueron ¡ay! efímeros los períodos en que se mantuvo entre paréntesis.

La mayoría de los autores somos moralistas. Queremos —debemos— denunciar para sanear, informar para corregir, saber para transmitir, analizar para optar. Y decirlo todo con nuestras palabras, que son las del diccionario. Y con nuestras ideas, que son por lo menos las del siglo XX y no las de Khomeini.


El productor-consumidor de cultura necesita saber qué pasa en el mundo, pero sólo accede a libros extranjeros preseleccionados, a un cine mutilado, a noticias veladas, a dramatizaciones mojigatas. Se suscribe entonces a revistas europeas (no son pornográficas pero quién va a probarlo: ¿no son obscenas las láminas de anatomía?) que significativamente el correo no distribuye.

Un autor tiene derecho a comunicarse por los medios de difusión, pero antes de ser convocado se lo busca en una lista como las que consultan las Aduanas, con delincuentes o "desaconsejables". Si tiene la suerte de no figurar entre los réprobos hablará ante un micrófono tan rodeado de testigos temerosos que se sentirá como una nena lumpen a la mesa de Martínez de Hoz: todos la vigilan para que no se vuelque encima la sémola ni pronuncie palabrotas. Y el oyente no sabe por qué su autor preferido tartamudea, vacila y vierte al fin conceptos de sémola chirle y sosa.

Hace tiempo que somos como niños y no podemos decir lo que pensamos o imaginamos. Cuando el censor desaparezca ¡porque alguna vez sucumbirá demolido por una autopista! estaremos decrépitos y sin saber ya qué decir. Habremos olvidado el cómo, el dónde y el cuándo y nos sentaremos en una plaza como la pareja de viejitos del dibujo de Quino que se preguntaban: "¿Nosotros qué éramos...?"

El ubicuo y diligente censor transforma uno de los más lúcidos centros culturales del mundo en un Jardín-de-Infantes fabricador de embelecos que sólo pueden abordar lo pueril, lo procaz, lo frívolo o lo histórico pasado por agua bendita. Ha convertido nuestro llamado ambiente cultural en un pestilente hervidero de sospechas, denuncias, intrigas, presunciones y anatemas. Es, en definitiva, un estafador de energías, un ladrón de nuestro derecho a la imaginación, que debería ser constitucional.

La autora firmante cree haber defendido siempre principios éticos y/o patrióticos en todos los medios en que incursionó. Creyó y cree en la protección de la infancia y por lo tanto en el robustecimiento del núcleo familiar. Pero la autora también y gracias a Dios no es ciega, aunque quieran vendarle los ojos a trompadas, y mira a su alrededor. Mira con amor la realidad de su país, por fea y sucia que parezca a veces, así como una madre ama a su crío con sus llantos, sus sonrisas y su caca (¿se podrá publicar esta palabra?). Y ve multitud de familias ilegalmente desarticuladas porque el divorcio no existe porque no se lo nombra, y viceversa. Ve también a mucha gente que se ama —o se mata y esclaviza, pero eso no importa al censor— fuera de vínculos legales o divinos.

Pero suele estarle vedado referirse a lo que ve sin idealizarlo. Si incursiona en la TV —da lo mismo que sea como espectador, autor o "invitado"— hablará del prêt-à-porter, la nostalgia, el cultivo de begonias. Contemplará a ejemplares enamorados que leen Anteojito en lugar de besarse. Asistirá a debates sobre temas urticantes como el tratamiento del pie de atleta, etcétera.

El público ha respondido a este escamoteo apagando los televisores. En este caso, el que calla —o apaga— no otorga. En otros casos tampoco: el que calla es porque está muerto, generalmente de miedo.

Cuando ya nos creíamos libres de brujos, nuestra cultura parece regida por un conjuro mágico no nombrar para que no exista. A ese orden pertenece la más famosa frase de los últimos tiempos: "La inflación ha muerto" (por lo tanto no existe). Como uno la ve muerta quizás pero cada vez más rozagante, da ganas de sugerirle cariñosamente a su autor, el doctor Zimmermann, que se limite a ser bello y callar.

Sí, la firmante se preocupó por la infancia, pero jamás pensó que iba a vivir en un País-Jardín-de-Infantes. Menos imaginó que ese país podría llegar a parecerse peligrosamente a la España de Franco, si seguimos apañando a sus celadores. Esa triste España donde había que someter a censura previa las letras de canciones, como sucede hoy aquí y nadie denuncia; donde el doblaje de las películas convertía a los amantes en hermanos, legalizando grotescamente el incesto.

Que las autoridades hayan librado una dura guerra contra la subversión y procuren mantener la paz social son hechos unánimemente reconocidos. No sería justo erigirnos a nuestra vez en censores de una tarea que sabemos intrincada y de la que somos beneficiarios. Pero eso ya no justifica que a los honrados sobrevivientes del caos se nos encierre en una escuela de monjas preconciliares, amenazados de caer en penitencia en cualquier momento y sin saber bien por qué.

Es verdad que no toda censura procede "de arriba" sino que, insisto, es un antiguo deporte de amanuenses intermedios. Pero el catonismo oficial favorece —como la humedad a los hongos— la proliferación de meritorios y culposos. Unos recortan y otros se achican. Y entre todos embalsamamos las mustias alas de cóndor de la República.

Nuestra historia —con sus cabezas en picas, sus eternos enconos y sus viejas o recientes guerras civiles— nos ha estigmatizado quizás con una propensión latente represiva-intervecinal que explota al menor estímulo y transforma la convivencia en un perpetuo intercambio de agravios y rencores.

No es ejemplo actual sino intemporal, digamos, el del taxista calvo que "fusilaría a los muchachos de pelo largo". El del culto librero que una vez, al pedirle un libro feminista, me reprochó: "Vamos, no va a ponerse a leer esas cosas..." ("Nena, eso no se toca.") O el del director de una sala que exigió a un distinguido coreógrafo que no incluyera "danza demasiado moderna ni con bailarinas muy desvestidas". ("Nene, eso no se hace.")

Quienes desempeñan la peliaguda misión de gobernarnos, así como desterraron —y agradecemos— aquellas metralletas que nos apuntaban por doquier en razón de bien atendibles medidas de seguridad, deberían aliviar ya la cuarentena que siguen aplicando sobre la madurez de un pueblo (¿se acuerdan del Mundial?) con el pretexto de que la libertad lo sumiría en el libertinaje, la insurrección armada o el marxismo frenético.

Y si de aplacar la violencia se trata, ¿por qué no se retacean las series de TV o se sanciona a los conductores que nos convierten en virtuales víctimas y asesinos?

Creo necesario aunque obvio advertir que en las democracias donde la libertad de expresión es absoluta la comunidad no es más viciosa ni la familia está más mutilada ni la juventud más corrompida que bajo los regímenes de exagerado paternalismo. Más bien todo lo contrario. Delito e irregularidad son desgraciadamente productos de nuestra época (y de otras) y se dan en casi todos los países excepto los comunistas. ¿Son ellos nuestro ideal?

Aun la pornografía —que personalmente detesto, en especial la clandestina y la española— y las expresiones llamadas de vanguardia, pasado un primer asalto de curiosidad, son naturalmente relegadas a un gueto: barrios, salas, círculos. Y allí va a buscarlas el adulto cuando tiene ganas, así como va a sintonizar debates sobre temas vigentes durante el horario de protección al menor.

Se supone que, en cuanto el censor desaparezca, los primeros en aprovechar del recreo serán los descomedidos de siempre, que reflotarán una grosera contra-cultura. Pero a la larga resultarían relegados siempre que una debida promoción (que hoy tampoco existe) de los honestos los lleve a ocupar las posiciones más evidentes.

El abuso puede ser controlable mediante una coherente reglamentación, pero es preferible mil veces correr los riesgos que entraña la libertad, por lo mucho de positivo que engendra, que asustamos a priori para ser pobres pero honrados, niños pero atrasados, que no es lo mismo que puros.

En cambio los tortuosos mecanismos que paralizan preventivamente la cultura sí contaminan y achatan a toda la familia social y no sólo le vedan el acceso a las grandes ideas sino que generan fracaso, reyertas e hipocresía... vicios poco recomendables para una familia.

En lugar de presentar certificados de buena conducta o temblar por si figuramos en alguna "lista" creo que deberíamos confesar gandhianamente: sí, somos veinticinco millones de sospechosos de querer pensar por nuestra cuenta, asumir la adultez y actualizamos creativamente, por peligroso que les parezca a bienintencionados guardianes.

Veinticinco millones, sí, porque los niños por fortuna no se salvan del pecado. Aunque se han prohibido libros infantiles, los pequeños monstruos siguen consumiendo historias con madrastras-harpías, brujas que comen niños, hombres que asesinan a siete esposas, padres que abandonan a sus hijos en el bosque, Alicias que viajan bajo tierra sin permiso de mamá. Entonces ellos, como nosotros, corren el riesgo de perder ese "sentido de familia" que se nos quiere inculcar escolarmente... y con interminables avisos de vinos.

Esta no es una bravuconada, es el anhelo, la súplica de una ciudadana productora-consumidora de cultura.
Es un ruego a quienes tienen el honor de gobernarnos (y a sus esposas, que quizás influyan en alguna decisión así como contribuyen al bienestar público con sus admirables tareas benéficas): déjennos crecer. Es la primera condición para preservar la paz, para no fundar otra vez un futuro de adolescentes dementes o estériles.

Como aquella pobre modista negra llamada Rosa Parks, encarcelada por haberse negado a cederle el asiento a un pasajero blanco en un autobús según la obligaba la ley, la autora declararía a quien la acusara de sediciosa: "No soy una revolucionaria, es que estaba muy cansada".

Pero Rosa Parks, en un país y una época (reciente) donde regían tales leyes en materia de "derechos humanos", era adulta y, ayudada por sus hermanos de raza, pudo apelar a otro ámbito de la justicia para derrotar a la larga la opresión y contribuir a desenmascarar al Ku Klux Klan.

Nosotros, pobres niños, a qué justicia apelaremos para desenmascarar a nuestros encapuchados y fascistas espontáneos, para desbaratar listas que vienen de arriba, de abajo y del medio, para derogar fantasmales reglamentos dictados quizás por ignorancia o exceso de celo de sacristanes más papistas que el Papa.

Sólo podemos expresar nuestra impotencia, nuestra santa furia, como los chicos: pataleando y llorando sin que nadie nos haga caso.
La autora "está muy cansada", no por los recortes que haya sufrido porque volverán a crecerle como el pelo y porque de ellos la compensa el infinito privilegio de integrar la honorable familia de sus compatriotas, sino por compartir el peso de la frustración generalizada. Porque es célula de todo un organismo social y no aislada partícula. Porque más que la imagen del país en el exterior le importa y duele el cuerpo de ese país por dentro.

Y porque no es una revolucionaria pero está muy cansada, no se exilia sino que se va a llorar sentada en el cordón de la vereda, con un único consuelo: el de los zonzos. Está rodeada de compañeritos de impecable delantal y conducta sobresaliente (salvo una que otra travesura). De coeficiente aceptable, pero persuadidos a conducirse como retardados y, pese a su corta edad, munidos de anticonceptivos mentales.

Todos tenemos el lápiz roto y una descomunal goma de borrar ya incrustada en el cerebro. Pataleamos y lloramos hasta formar un inmenso río de mocos que va a dar a la mar de lágrimas y sangre que supimos conseguir en esta castigadora tierra.

jueves, 13 de enero de 2011

Tus cartas de amor- José Naveiras García

La última carta de amor
que me enviaste
la escribió Spiderman por ti
y eso se nota, claro.

Mis huesos los sabían,
no eran tus versos
y al preguntarle a Spiderman
éste se echó a llorar.

La última carta de amor
que me enviaste
no era mentira
sólo no era tuya.

Ahora observo la esquina
del techo de mi habitación,
en ella cada noche
Spiderman escribe cartas de amor
cabeza abajo
y quedan siempre emborronadas
por sus lágrimas.

Spiderman siempre perdido
en la oscuridad de la ciudad
y sus lágrimas regando
las plantas de los balcones.

Spiderman escribe para
todos los amantes
en soledad
para proteger las esperanzas.

Spiderman muriendo
en cada uno de sus saltos
en cada una de sus lágrimas
y sin embargo siempre inmortal,
él nunca envejece,
ni morirá
y cada día
sus lágrimas
flotarán de nuevo
sobre la ciudad
y alguno de nosotros
volverá a leer sus cartas de amor.

Spiderman sobrevuela la ciudad
y esparce palabras de amor
que salen de sus muñecas.

martes, 11 de enero de 2011

Elogio de la buena gente.

 Hoy ha sido uno de esos días malos, de esos que sabes que van a llegar desde hace tiempo pero que, por algún resorte infantil que conservo con entusiasmo y escaso sentido práctico, crees que podrás evitar tú solo sin hacer nada más que esperar que no llegue. Hoy se ha hecho público el cierre de la librería La Clandestina de Malasaña, una de esas bellas, nobles e inútiles aventuras empresariales que emprende, a veces, la buena gente que camina con la cabeza alta y la mirada clara.

Casi todos los que leen este blog están al tanto de qué es La Clandestina y qué ha significado para mí, pero no está de más decirlo para los que no lo sepan: he podido cumplir un viejo sueño que tenía  practicamente  abandonado, el de publicar mi poesía, verla en un libro. Nunca podré agradecer a los impulsores de la librería y Editores Policarbonados esto que ya he repetido muchas veces, pero hay cosas que uno no debe cansarse nunca de repetir.
La librería ha sido, en sus tres años de vida, un verdadero punto de encuentro para gente unida por el amor a la literatura, lejos de imposturas comerciales o sociales. Gente, en definitiva, que encuentra placer en leer y escribir, que son las dos relaciones más auténticas que uno puede establecer con el lenguaje.

Yo  voy a echar de menos llegar a Madrid - ese Madrid que te mata y te hace llegar al cielo- y acercarme hasta la calle de la Palma para hablar un rato de política o literatura con Mariano, comprar algunos libros que previamente han sido tocados y olidos como Dios manda, comer en La Gata Flora, etc. Sé que para ellos el cierre de La Clandestina es una gran noticia, que les permitirá consolidar una excelente y arriesgada editorial independiente. Pero la sensación que tengo es agridulce. Me vienen a la memoria buenos recuerdos clandestinos: cuando vi mi libro por primera vez, la atmósfera entrañable e irrepetible de La Clandestina, la gentileza de Alena Collar, la paciencia de Marisa Belmonte, la bonhomía de Mariano Velasco, Madrid bajo la lluvia, mi prima Pau y, finalmente, una de las más hermosas historias de amor que jamás me han contado y se hayan visto en la calle Sacramento.

Me dejo cosas en el tintero, lo sé y pido disculpas porque ahora se agolpan recuerdos y emociones que harían interminable este pequeño homenaje.
No me queda más que desear mucha suerte en la andadura a Shara, Mariano y Marisa, buena gente que camina con la cabeza alta y la mirada clara.

domingo, 9 de enero de 2011

Muertes con estilo - Modelo 2

Podrá contemplar las olas que se forman en la hermosa bahía de la Concha, sentado en un cómodo sillón dotado de todos los avances ergonómicos. El cielo gris, la música adecuada, un vino dulce, una caja de marron glacé...
Mientras deleita el paladar, el veneno que una camarera de hermosos ojos verdes ha vertido en su copa, comenzará a hacer efecto. En unos pocos minutos, usted habrá dejado de preocuparse por los pequeños problemas de la vida.
La orquesta no dará por concluida la actuación, hasta finalizar la pieza que usted ha escogido. Nos permitimos sugerirle alguna pieza de Mahler - la Quinta Sinfonía, por ejemplo-.


miércoles, 5 de enero de 2011

Un regalo de Reyes para todos vosotros

Para que la izquierda empiece a tener posibilidades de victoria en una contienda electoral, debe deshacerse sin tardanza de una serie de especies de todo punto prescindibles. A saber: los progres, los intelectuales de izquierdas, los artistas comprometidos de la SGAE y los escritores malditos.

lunes, 3 de enero de 2011

Poesía - Jorge Arbenz

Vuelvo a casa Hace frío
Con esta humedad de Barcelona
y esta prisa a cualquier hora no
se repara en el olor a hojarasca
quemada Siempre es así cuando
llueve con insistencia Está oscuro

A veces la lluvia huele como los
asadores de castañas en Las Siete Calles
de Bilbao
Junto a la catedral de Santiago

A las ocho de la tarde se ultiman
las compras se apremian
los pasos Me irrita el estruendo
de los primeros petardos

Algunos corren
porque llegan tarde a donde
vayan Un olor a hojarasca
quemada se extiende por
la calle O tal vez
a asador de castañas en 
Las Siete Calles de Bilbao
junto a la catedral de Santiago

En Bilbao te dan un
tazón de caldo caliente por un euro
Puedes
comprar turrones como ladrillos
en pastelerías que atienden vascas
con sonrisa perenne y te dicen
Urte berri on!
Ahora que no se ponen bombas
te sientes como en casa y
les contestas mal que bien
Eskerrik asko!

sábado, 1 de enero de 2011

Rayuela - Julio Cortázar

“Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo del dentífrico. Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos.”

Este es uno de los fragmentos más conocidos, hermosos y ciertos de Rayuela ( al menos, me gustaría pensar que es así) Yo lo he recordado al verlo citado en una entrevista a la joven y bellísima actriz Elisa Mouliaá, protagonista de esa cosa que se llama Águila Roja.
Me ha sorprendido que una de estas muchachas que pueblan las series televisivas tenga en la memoria Rayuela - confieso que mis prejuicios y prevenciones hacia esa estirpe de "intérpretes", son grandes y tercos-.
Hace tiempo que el oficio de actor se ha confiado a rostros atractivos sin ningún tipo de talento ni preparación. En este sentido, recuerdo declaraciones del protagonista de una exitosa serie, emitida por una cadena privada, sobre un pintoresco grupo de policías, que afirmaba sin rubor y entre las carcajadas de sus admiradoras, lo poco que le interesaban los libros y el cine pureta*.
Es una pena que la herencia de tantos cómicos extraordinarios haya quedado reducida a según qué y quién. Tal vez estábamos, sin saberlo, a la espera de la hermosa Elisa, redentora junto con las verdaderas actrices y actores que siguen luchando por la cultura desde el casi-anonimato. El último brindis de estas fiestas va por ellos.

*pureta: expresión despectiva o coloquial que sirve para referirse a una persona anciana o a algo viejo.