lunes, 11 de julio de 2011

Simbiosis

Un día observó una pequeña hilera de hormigas avanzando por el pasillo de su casa; todas seguían disciplinadamente a la que estaba en cabeza. Entraban en la cocina, cogían algunas migas del suelo y se volvían por donde habían venido.
Al cabo de unos días, volvió a maravillarse contemplando las perfectas maniobras de varias docenas de hormigas, que conseguían desplazar una manzana caída del frutero.

Como científico, se interesó por la capacidad de las hormigas para apoderarse de alimentos u otras cosas que les parecían útiles; durante varias semanas fue probando con distintos pesos y volúmenes: frutas, pan, tres bonsais, un transistor...así hasta un cordero que compró sin despiezar. Las hormigas llegaban, daban vueltas en torno al objeto, pedían refuerzos si lo estimaban oportuno y se aplicaban a la tarea de desmenuzar su objetivo, hasta conseguir trozos que pudieran transportar los cientos o miles de hormigas, que ya conocían la casa de su generoso protector de memoria.

Pocos años después de iniciada aquella fraterna relación, le diagnosticaron una enfermedad incurable; volvió a su casa, cerró todas las puertas, tomó todas las pastillas para dormir que tenía y se tumbó en el suelo sabiendo que las hormigas ahorrarían fatigas a sus familiares.

Publiqué una versión más larga de este relato en junio del año pasado, pero me gusta más ésta.