domingo, 25 de abril de 2010

Samaranch


De todas las cosas que hemos visto estos días primaverales, pocas me han hecho sentir tanta vergüenza como el alud de parabienes y elogios a la figura de Juan Antonio Samaranch.

El fascista Samaranch, que siempre supo navegar entre dos aguas, o entre catorce, amasó una fortuna gigantesca con la especulación inmobiliaria que llevó a cabo junto a, entre otros, su amigo Porcioles, uno de los peores alcaldes que ha tenido Barcelona. Además de eso, fue el amo y señor del deporte español, al que consiguió mantener fuera de cualquier éxito, mientras él hacía rentables negocios; siguiendo los mismos criterios que, años después, aplicaría con mayor éxito todavía, desde la presidencia del Comité Olímpico Internacional.

Todos los años dedicados a tan fructíferas actividades, le dieron acceso a una de las mayores redes de influencias de que se tiene constancia: reyes, presidentes, empresarios, banqueros y más de una amistad sospechosa en la desaparecida Unión Soviética, que se mantuvo en la actual Federación Rusa.

Los discursos del rey, su heredero y varios políticos en activo de la llamada izquierda, me han parecido especialmente sonrojantes: viven del dinero público y Samaranch fue un leal servidor del régimen asesino de Franco, al que ahora impiden someter a juicio, precisamente, algunos de los amigos y correligionarios de Samaranch. De la derecha reconocida no digo nada, porque se limita a proteger con celo la memoria de uno de los suyos, al que tanto deben.

Este país no tiene memoria ni dignidad, de tenerlas, los borbones y la deleznable casta política que les sirve, estarían ya camino del exilio