domingo, 11 de abril de 2010

¿ Revolución?

La actuación de Mariano Rajoy, presidente del principal - y casi único- partido de la oposición, no puede hacer otra cosa que provocar la legítima alarma de todos los ciudadanos demócratas, en el estricto sentido de ser partidarios de que el pueblo se gobierne de acuerdo a su voluntad soberana.
El presidente del Partido Popular ha quedado en evidencia: sólo es un pelele en manos del núcleo fascista del partido, que no reconoce otro líder que José María Aznar. En realidad, esto no debería sorprender a nadie, al fin y al cabo, fue la extrema derecha la que fagocitó al único proyecto de centroderecha moderno, la UCD, que buscaba,aunque fuera por pragmatismo, la homologación con las fuerzas de la derecha europea.

Durante el desarrollo de la trama Gürtel, sólo ha habido un dato que no admite discusión alguna: la derecha española es la misma que en los años treinta se paseaba con el pelo engominado y la pistola en la sobaquera, por los locales exquisitos del país. Esa derecha que conciliaba como nadie la asistencia a los oficios religiosos y a los prostíbulos, que no dudó en provocar una guerra para mantener sus privilegios o que ha visto multiplicar su patrimonio por mucho con la especulación inmobiliaria. Los Correa, Pérez, Bárcenas y demás, son productos inevitables de esa tradición chusquera e ignorante.

Para nadie es un secreto que la política española está plagada de mediocres arribistas y charlatanes de feria más o menos simpáticos. Lo que no está tan claro, parece ser, es que sólo la actitud determinada de la ciudadanía puede poner fin a este lamentabilísmo estado de cosas.
Tengo la sensación de asistir a un final de etapa, de ocaso del modelo político que hizo posible la Transición, proceso de bondad más que relativa, que se edificó sobre la desmemoria forzada de la izquierda. Eso creó una clase política acomodaticia que, con el consenso permanentemente en la boca, pasó por alto todas las cuestiones peliagudas que habían quedado colgadas en las previsiones sucesorias del Régimen franquista. Durante casi treinta años, toda la actividad política ha estado basada en los acuerdos estratégicos de los dos principales partidos, defensores a ultranza del mismo modelo social y ecónomico; estos dos partidos han tolerado la creación de una casta política que no va más allá de sus intereses corporativos. Para ello busca pactos con el diablo si es necesario.
Sin querer parecer un demagogo, creo que la etapa de negociaciones previamente acotadas y reformas lampedusianas ha acabado. Una clase política que no se ha renovado y un empresariado formado por especuladores y defraudadores fiscales, no se marchará ni permitirá un cambio de las reglas del juego. Quizá sea necesaria una revolución de tercipelo, que inicie el proceso de verdaderas reformas que hubiera sido necesario en 1975.